Frida Kahlo es la reina original de las «selfies»

Imagen cortesía de Nuestro Stories.

Se necesita un carácter formidable para inspirar a nuevas generaciones casi siete décadas después de morir y la pintora mexicana Frida Kahlo hace precisamente eso. Es una presencia que todos reconocemos y el poder íntimo de su trabajo nos hace creer que la conocemos bien… ese es su atractivo.

Su personalidad ejerce una atracción duradera: su rostro serio, enmarcado por su cabello negro trenzado con cintas de colores, su uniceja y sus ojos oscuros que miran desafiantemente desde sus autorretratos surrealistas, desafiando al observador a comprender y no juzgar, solo mirar.

Frida Kahlo (self_portrait)
Imagen cortesía de Wikimedia Commons.

Frida Kahlo, la pionera 

Años antes de que existieran, Frida Kahlo ya era la reina de las selfies. Dijo «Me pinto porque a menudo estoy muy sola y porque soy el tema que mejor conozco».

Kahlo produjo unas doscientas obras poderosas y más de 55 fueron autorretratos; algunos de los más famosos fueron Las dos Fridas (1939), La columna rota (1944) y Diego en mis pensamientos (1943). Hoy en día estos retratos pueden venderse hasta en 5 millones de dólares.

Lo que fija a cualquiera que se para ante un retrato de Kahlo es ella misma: el dolor de su cuerpo destrozado después de un terrible accidente, su fuerza y ​​su tortuoso amor por su esposo el pintor mexicano Diego Rivera, su sapo.

También inmortalizó su sufrimiento, desafío e independencia a través de fotografías tomadas por otros, pues sabía posar para la cámara.

Entre lienzos y lentes

Frida Kahlo. Picture by Guillermo
Matilde, Adriana, Frida y Cristina Kahlo 1916. Imagen cortesía de Wikimedia Commons.

Hay que recordar que era hija de un fotógrafo –Guillermo Kahlo–, quien la usó como modelo desde que tenía tres años.

Julien Levy, un actor clave en el campo del arte moderno en la Nueva York de las décadas de 1930 y 1940, produjo algunas de las fotografías más íntimas. Kahlo mira directamente a la cámara, con los senos al descubierto, usando collares mexicanos y faldas largas, totalmente cómoda con lo cerca que se coloca la cámara.

Nikolas Murray, un fotógrafo estadounidense nacido en Hungría, tomó algunas de las fotografías en color más reconocibles de Kahlo: Frida con rebozo magenta, Frida en el banco blanco (esta se reproduce en todo, incluyendo camisetas, bolsos y zapatos) y Frida en la azotea, Nueva York.

Lucienne Bloch, una fotógrafa estadounidense nacida en Suiza, era la confidente de Kahlo y tomó la icónica foto de Frida guiñando un ojo. Edward Weston, el fotógrafo estadounidense amante de Tina Modotti – la fotógrafa, modelo italoamericana y amiga de Kahlo– capturó muchas imágenes de Frida, la más icónica con atuendo chino y fumando un cigarrillo.

Si Kahlo viviera hoy, se puede suponer que ella misma tomaría estas fotos, capturando su esencia como lo hizo en sus autorretratos, pero no fue así y en su lugar tomó lo que le ofrecían los tiempos en los que existió, usando a otros para retratarse a sí misma: lo último en selfies.

A través de fotografías y pinturas, Kahlo tiene intimidad con nosotros; ella nos deja entrar en su vida, nos dice quién es y no oculta nada. Su honestidad e irreverencia nos atraen mientras permanece desnuda y sin miedo a la vista de todos.

Como ella dijo, “No pinto sueños ni pesadillas; yo pinto mi propia realidad”. ¿No es eso lo que debería ser una selfie?

Por Susanne Ramírez de Arellano.

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